Deporte y fomento de la competitividad
POR JOAN EGEA BARBER
11/09/2022
En sus orígenes, deportes como el fútbol sirvieron para alejar a los jóvenes de prácticas poco aconsejables, como la bebida o los juegos de azar y, simultáneamente, se fueron descubriendo sus enormes potencialidades para fomentar capacidades como el esfuerzo y la colaboración.
En la actualidad este tipo de deportes se han convertido en algo muy distinto, llegando a ese todo vale con tal de que no te pillen. Pero a pesar de todo ello, y de lo que se expone a continuación en este artículo, nunca deberíamos olvidar las enormes posibilidades que deportes como el fútbol pueden llegar a suponer, como práctica impulsora de la educación integral y de transmisión de valores, en las personas sobre todo más jóvenes.
Los juegos representan un extraordinario recurso lúdico educativo, sobre todo en la infancia y juventud. Se deben fomentar juegos no competitivos, que motiven y diviertan, pero, sobre todo, que se planifiquencon intenciones educativas para la generación de renovados valores y normas sociales de convivencia.
Los valores y normas sociales que se pueden aprender desde el deporte son incuestionables, pero no es menos cierto que su practica no siempre se correlaciona necesariamente a favor de comportamientos deseables.
Pensar que la práctica de un deporte siempre lleva asociados beneficios positivos, por el mero hecho de ser un deporte, supone un gravísimo error.
La creencia de que el deporte competitivo en equipo produce inevitablemente una mentalidad de colaboración, no es más cierto que el desarrollo que ejerce de ciertas actitudes personales de engaño y representaciones, muchas veces dignas de las mejores obras teatrales.
Desde el deporte cada vez se nos tiene más acostumbrados a todo tipo de insultos y provocaciones, sin parecer importar a sus profesionales la fuerza y poder que ejercen como modelos de referencia para la sociedad en general y para los más jóvenes en particular.
Desde niños se nos enseña a convivir en un clima de continua competitividad. Esta creencia está fuertemente arraigada en las familias, induciendo al pensamiento de que vivimos en un mundo limitado y de escasez en el que tenemos que luchar por conseguir nuestra parte lo antes posible, antes de que otro se la lleve.
Los patios de las escuelas y centros deportivos están llenos de deportistas sin la más mínima intención de emular la personalidad y espíritu deportivo de deportistas exitosos como los Messi, Nadal o Djokovic, entre otros.
Descalificaciones, insultos y hasta agresiones, por parte del jugador cuando no consiguen materializar sus acciones, considerando que los demás no le han ofrecido su apoyo, es una muestra constante de que se valora más el triunfo individual que el del equipo.
La competitividad deportiva no es ninguna panacea, y en demasiados casos, reproduce situaciones problemáticas que se retroalimentan desde diferentes sistemas como el escolar o el familiar.
La competencia entre deportistas genera envidias, odios, enemistades, sentimientos de desprecio, de superioridad y personalidades con exceso de orgullo disfrazados de falsa humildad.
Por otro lado, genera perdedores menospreciados, acomplejados, tristes y abatidos ante la imposibilidad de poder disfrutar por falta de fuerza o habilidad, provocándoles consecuencias negativas como el rencor o incluso la inadaptación social.
La práctica deportiva debería inducir a los más jóvenes a aprender las normas sociales de convivencia y valores como la tolerancia, el respeto a la dignidad humana, la paz y la fraternidad, que constituyen las bases de una digna convivencia.
Joan Egea Barber